martes, 10 de marzo de 2009

¿Qué hace un conductor con el permiso retirado circulando borracho perdido y en sentido contrario?



A estas alturas de la vida, uno ya no sabe qué pensar cuando lee la noticia de que en la madrugada del martes la Guardia Civil pilló en la Ronda Oeste de Málaga a un individuo que circulaba, y enumero:

en sentido contrario,
sin encender las luces en plena noche,
ebrio, con una tasa de 0,96 mg/l de aire espirado, y
con el permiso de conducir retirado hasta el año 2010.


54 años tiene la criatura. Y podía haberse estampado frontalmente contra cualquiera de los muchos vehículos cuyos conductores asistieron atónitos a una improvisada ruleta rusa a la que nadie los había invitado.

¿Qué podemos decir ante un caso así?

Lo primero es recordar que el alcohol es incompatible con la circulación y que ante un control de alcoholemia no se puede bajar la tasa de alcohol en sangre. Eso más o menos lo vamos teniendo claro todo el mundo.

También tenemos claro que hay que encender las luces en cuanto oscurece o, si lo tenemos aún más claro, las llevaremos encendidas siempre para hacernos más visibles a los demás. También somos conscientes, algunos más que otros, de que hay que circular por el sentido que nos corresponde y por la derecha siempre que sea posible. Y, por supuesto, somos conscientes de que no se debe manejar un vehículo si la Administración nos ha retirado la autorización que en su día nos concedió.

A estas alturas, sabemos todo eso. Entonces, ¿cómo es posible que suceda un caso como el de Málaga?

Una primera lectura de la noticia nos lleva a una cuestión de actitud del conductor. A ese individuo nadie le puso una pistola en el pecho para que bebiera, cogiera el coche y se metiera por una vía rápida en sentido contrario con las luces apagadas para irse hasta el infinito y más allá si no llegan a pararlo.

Hasta ahí, todos de acuerdo. Y ahora podemos pasarnos un buen rato discutiendo sobre las medidas más adecuadas que deberían tomarse ante un caso como este, cuando el protagonista da a entender con sus actos que pa’ chulo, él. Podemos aventurar si a su edad meterlo entre rejas servirá de algo en el terreno de la reeducación y la reinserción o si lo mejor es llevarlo a trabajar a un centro de rehabilitación donde vea cuáles son las consecuencias de su forma de actuar… o si todo esto son zarandajas y lo mejor es lincharlo en medio de la plaza pública.

Mientras nos decidimos entre las diversas alternativas, podemos intentar mirar un poco más allá. Tenemos, por ejemplo, un marco legal que se encarga de tipificar como delito el hecho de conducir con más de 0,60mg de alcohol por litro de aire espirado. Y tenemos también mecanismos para conseguir que un individuo pierda el permiso de conducir por la comisión de una serie de infracciones o, directamente, por la resolución de un juzgado



Todo eso lo tenemos. Ahora bien, ¿quién se encarga de velar por el cumplimiento de esas leyes? ¿Quién se encarga de ponerle el cascabel al gato? Ya se sabe que en este país somos maestros en el noble arte de la improvisación, pero hay situaciones que superan al más pintado. ¿De qué sirve tener una normativa perfectamente articulada que prevé todas las infracciones habidas y por haber si no existe un control sobre lo que realmente sucede en la calle? Parece mentira que con lo aficionados que somos a la construcción todavía no hayamos aprendido por dónde se comienza una casa.

Dicen los manuales de Sociología elemental que para que una sociedad funcione es necesario dotarse de una serie de normas, sí, pero también de una serie de sistemas de control que garanticen el cumplimiento de esas normas. Si el sistema de control falla, la norma cae en el olvido. Cuando un conductor se salta conscientemente una norma, es porque sabe que nadie le va a pasar factura por su salida de tono. Pero es que cuando un individuo se pitorrea sistemáticamente de la seguridad de los demás, como sucedió en el caso malagueño, es porque hay más de un sistema de control que no es que falle puntualmente, sino que no está funcionando como es debido. Y al final la solución consiste en detener al individuo antes de que mate a alguien por el camino.

Pues… menos mal que en esta ocasión llegó a tiempo el Séptimo de Caballería.

Editado por Josep Camós en http://www.circulaseguro.com

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