sábado, 18 de julio de 2009

La esquina del viento( El pistón mágico)



El pistón mágico
Trasteando en el trastero, buscando no sé bien el qué, para hacer no recuerdo exactamente qué cosa, cuando de la última estantería y sin que nadie se lo pidiese, la vieja caja de cartón llena de viejas piezas mohosas decidió bajar en atención a las leyes de la gravedad y del equilibrio inestable. La cosa debe de ir de leyes, porque no recuerdo bien por que variación de la conocida ley de Murphy, en vez de caer en cualquiera de los doce metros cuadrados de granito que conforman el suelo de mi trastero, vino a caer sobre los escasos veinticinco centímetros de mi cabeza. Dolorido, aturdido y, en resumen, agilipollado, comencé a recoger las viejas piezas que, ahora sí, decoraban la totalidad de la solería. El viejo piloto trasero que desmonte de aquella japonesa y que tantas veces eché de menos, sobre todo, porque, el que pusé después, jamás llegó a funcionar bien. Un estrecho manillar que no sé exactamente de que moto era ni por que lo desmonté; la palanca de cambios completamente retorcida de cuando aparqué encima de un Mercedes en marcha, manguitos, cables, el cuenta kilómetros que le arranqué a la moto el mismo día que me la dieron y .... ¿Esto qué es? ¿Un pistón gripado y aún grasiento...? Pues no recuerdo de que moto sería. Apenas lo froté con la manga, me dio la sensación de que incluso estaba caliente. Me pareció que un espeso humo blanco salía de su interior y me frote los ojos pensando que el golpe me había afectado seriamente. El humo seguía saliendo y empecé a pensar que ahora sólo faltaba que apareciese el duende de los tres deseos.
Dicho y hecho. Ahí estaba el muy cabrón. Igualito a Mr. Proper pero más feo. Y encima contándome la historieta de los jodidos tres deseos que se harían realidad apenas los formulara. Como te podrás imaginar, sólo se me ocurríó golpearme la cabeza para despejarme y pensar que quizás últimamente estoy abusando de alguno de mis vicios. Pero el muy jodido seguía allí. Y casi sin darme cuenta andaba maquinando. "¿Qué hostias puedo pedirle? Al fin y al cabo si sólo es el efecto alucinógeno del golpe, simplemente no pasaría nada, pero ¿Y si pido algo y se cumple? Pues mire usted, Don Limpio de los cojones, voy a probar".
Lo primero que me vino a la mente fue aumentar en medio metro el tamaño de la parte más querida de mi anatomía, pero enseguida pensé que a la hora de ir a la playa iba a ser un problema y, al fin y al cabo, con lo que tengo no me ha ido tan mal. Bien, pues en ese caso: una moto nueva. Pero, un momento, la que tengo es cojonuda y la nueva nunca sería igual, sobre todo por que no me habría costado nada conseguirla y lo que no te ha costado mucho trabajo conseguir, no puedes llegar a apreciarlo de verdad. Vale entonces: pelas para hacer las transformaciones que tengo pensadas. Pero, es que lo que yo quiero, en realidad no es cuestión de dinero, sino de tiempo y paciencia. ¡Joder con los putos deseos! Ya lo tengo: los pasajes para la Isla de Man y un mes de vacaciones. Sí, eso está muy bien, pero ese viaje llevo años preparándolo con unos colegas y sólo no sería lo mismo. Vale pues: quiero medir veinte centímetros más y tener unos músculos de la hostia, claro que entonces no me podría volver a poner la chupa vieja ni mi camiseta agujereada. ¡Verás si al final me va a tocar los cojones el duendecito del copón! Ya lo tengo: que el deposito de mi moto esté siempre lleno, aunque así ya no voy a tener excusa para entrar en un bar de carretera cada doscientos kilómetros. Pues que Pamela Anderson venga conmigo el próximo viaje… seguro que se empeña en que le ponga el asiento de atrás y el respaldo, ¡qué se joda y vaya en bicicleta!
Empecé a repasar deseos como: que me pague la factura pendiente en el taller o que me invite a cervezas en el bar pero, lo primero me pareció muy poco para un duende mágico y lo segundo ya lo hacen los colegas cuando hace falta. Y la verdad, esto de los tres deseos ya me está inflando las pelotas. Después de horas repasando qué coño podía pedirle al cara huevo mágico, decidí devolverlo al interior del viejo pistón a base de rociarlo bien con un spray de ambientador que todavía rodaba por el suelo. Ahora, días después y mucho más tranquilo, no sé bien si fue el golpe, la falta de riego en el cerebro o algún narcótico mal suministrado. Lo que si tengo mucho más claro es que perdemos más tiempo en quejarnos de lo que nos falta, que en disfrutar de lo que realmente tenemos y que, a la hora de pedir algo de verdad valioso, quizás el único deseo sea seguir como estás y que nadie te robe nunca lo que realmente es tuyo y te has ganado con sudor, tiempo y dedicación.
MATEO

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