viernes, 3 de julio de 2009

La esquina del viento (Sin nariz)



Sin nariz
-¿Qué te llene el depósito? ¡Lo que te voy es a dar con la manguera en la cabeza! -. Me contesta a gritos el tipo de la gasolinera, mientras me mira con los ojos desorbitados.
Yo estaba empezando a pensar que había hecho algo mal.
-¿Acaso estáis locos? ¿Pero es qué no veis que está nevando? ¿Se puede saber dónde coño vais, en moto, con este tiempo? Mira, dejad aquí las motos y tirar "p´adentro" que hay calefacción y tengo una botellita de coñac.- Nada que objetar al respecto.
A duras penas consigo bajarme de la moto. Las quince capas de ropa, hacen que me sienta como Cristina Almeida, y por sí fuera poco, la nariz, las manos y los pies se me deben haber caído por el camino, porque no los siento para nada. La verdad es que aquí hace más frío que dándole "por culo" a un pingüino en el Polo Norte.
Con el primer movimiento de brazos, una buena capa de hielo, a punto de cuajar, se cae de la pechera de mi cazadora. Una vez que consigo quitarme el casco, el pasamontañas y los dieciséis pañuelos de cuello, comienzo a buscar (casi con espasmos en las manos) el paquete de Ducados mientras me acurruco cerca del radiador.
-¡Qué frío! ¿Verdad, compadre? Vaya tío, este año nos van a salir estalactitas en los huevos.
-¡A ver pareja de " colgaos"! - nos dice el gasolinero, ahora ya un poco menos exaltado. ¿Es qué os busca la madera? ¿Os habéis escapado de algún penal? ¿No veis qué os vais a matar?.
-¡Qué no hombre! no se preocupe usted, si estamos acostumbrados y además vamos despacio.
¡Nada! ¡Qué no hay manera!, media hora después, nos despedimos del "colega gasolinero" sin haber conseguido que comprenda que a pesar de que estamos a algunos grados bajo cero, hay placas de hielo y se está empezando a hacer de noche, viajamos en moto sencillamente por placer. El placer de disfrutar de nuestras monturas sobre una carretera casi vacía, rodeados de paisajes nevados. Guantes y cubre-guantes, dos chupas de cuero, antivaho en la visera y la sensación de que, hoy yo soy mi propio superhéroe. Que no hay obstáculo que pueda detenerme. Ese cosquilleo que te entra por el culo cuando emprendes una auténtica aventura. Desafiar el frío, el agua y la distancia, saber que no hay absolutamente nada capaz de hacerme renunciar al gustazo de buscar el infinito sobre mi amante de metal. Supongo que no debe ser fácil de entender, pero creo que esto es como la tónica, hay que probarla para que de verdad te guste.
Seguimos la ruta, ahora yo voy delante. Mi colega en cuanto se hace de noche, ve menos que una foto de Stevie Wonder. Dos hierros solos, cruzando cualquier carretera y encima nosotros. -¡Venga socio que ya queda poco! Una señal mohosa, indica que sólo faltan cinco kilómetros para nuestro destino y como dos gilipollas, nos chocamos la mano sin bajarnos de la moto mientras cruzamos la entrada del pueblo. Una sensación cojonuda me recorre de arriba a bajo. Otra vez lo hemos logrado. Esta vez no nos espera nadie, pero la satisfacción es la misma. Ya no me duelen las manos, ni los pies y me da igual seguir sin nariz. La cara de asombro de los lugareños me hace sentir un poco más orgulloso aún. Un poco más superhéroe.
Nieve, mi máquina, un colega y ahora, un carajillo bien calentito. Si lo has probado, sabes de lo que estoy hablando. Si no es así saca inmediatamente a tu reina de la cochera y no dejes pasar la oportunidad.
MATEO

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