viernes, 17 de julio de 2009

La esquina del viento(¡Botas Viejas!)



¡Botas Viejas!
Seis y media de la madrugada. Oscar acaba de pinchar a John Lee Hocker y el Chino reparte una nueva tanda de cervezas; mientras, el cabrón de Lobo no para de hacer gilipolladas. Por algún efecto químico que desconozco, el último trago ha despertado mi aletargada neurona y, mientras se me nubla la vista mirando el sugerente tattoo de Susana, mi cerebro comienza a funcionar.
Sencillamente estoy de puta madre. Estado semietílico, descojonado de risa y sin más problema que encontrar otro bar abierto cuando Oscar decida mandarnos a tomar por el culo. Dos impresentables de Lérida, tres Andaluces, cuatro locos de Ibiza, una par de Valencianos, Murcianos y algunos más que ni siquiera recuerdo de donde coño eran. Hace sólo unas horas ni siquiera nos conocíamos, pero si alguien entrase al garito y nos viese ahora, pensaría que aprendimos a mear de pie juntos. Todo el mundo charla y gasta bromas como si nos conociésemos de toda la vida, el buen ambiente está en el aire. Buscar a estas alturas el secreto de tan buen rollo puede resultar complicado. Debemos tener algo en común pero a simple vista no lo encuentro.
En la puerta descansan los hierros y la marca desde luego no es lo que nos une. Algunos Big Twins, un par de Guzzis grasientas, japos retocadas e incluso la BMW del cabrón del Lobo que, por su aspecto, debió rescatarla de la segunda guerra mundial. La forma de vestir tampoco debe ser: cada uno va a su puta bola. Las costumbres y los acentos se mezclan en la barra y tampoco es eso lo que podemos tener en común.
Un trago más y Hendrix de fondo. No debería intentar pensar cuando estoy tan bebido. La sensación de que el bar entero se mueve me avisa que con dos chupitos más me caigo al suelo. Recupero el equilibrio y continuo en mi ardua tarea de búsqueda de ese punto en común que ha conseguido que gente tan distinta haga tan buenas migas.
¿Será que todos tenemos la moto llena de mosquitos?, ¿Será que ninguno lleva una de esas chupas relucientes recién salidas de catálogo?, ¿Tendrá algo que ver con que todos tengamos las uñas con restos de grasa? No lo sé. A lo mejor es que sencillamente buscamos lo mismo: rodar cuanto más mejor y conocer a buena gente. O quizás sea que estamos de acuerdo en que, para demostrar lo duro que uno es, no hace falta molestar a nadie y quedarse en la barra con cara de mala hostia. Quizás sea que un buen montón de kilómetros debajo de nuestros jodidos culos nos ha enseñado que las personas son más importantes que las máquinas por mucho que cada uno quiera a su hierro. O quizás no, quizás simplemente sea que ninguno se cree mejor que el otro y mucho menos por la cantidad de aguiluchos cromados que lleve su moto. O tal vez, sencillamente sea que Susana está muy buena y por eso todo el mundo intenta parecer simpático. Tampoco creo que sea eso.
Otro trago y entre tambaleantes movimientos continuo revisando a todo el personal en busca de ese invisible cable que hoy nos ha hecho conectar. Podría ser que coincidamos en que, después de un buen atracón de kilómetros, no hay nada mejor que compartir la experiencia con alguien que sabe tan bien como tú lo que es vivir para rodar, ya que no podemos rodar para vivir. Y todo esto delante de una buena jarra de cerveza. O será que a ninguno nos hace falta un chaleco lleno de pins y medallitas para demostrar lo auténticos que podamos ser. ¡Joder, cada vez lo tengo menos claro!
Otro trago y definitivamente pierdo el equilibrio. Desde el taburete, y a una velocidad que se me antoja vertiginosa, llego al suelo sin que a ninguno de mis compañeros de juerga le dé tiempo a recogerme. ¡Ya lo tengo! ¡Lo he encontrado! Desde aquí lo veo perfectamente y ahora ya sé que es lo que tenemos en común. Las botas viejas. Absolutamente todos llevamos botas viejas. Tiene que ser eso. ¿O no? Mañana cuando se me pase el dolor de cabeza intentaré pensarlo un poco mejor.
MATEO

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