jueves, 9 de julio de 2009

La esquina del viento(En Dos Segundos)


En Dos Segundos
La ruta discurre tranquila, el destino es juerga segura y el buen humor acompaña a todo el grupo. Hemos tenido que bajar el ritmo. Esta puñetera travesía, como todas, ha provocado un atasco, pero no pasa nada, me hecho a un lado y comienzo a adelantar muy despacio.
¡No puede ser! ¡Esto es completamente imposible! Hace dos segundos ahí no había nada. Los Mercedes Benz 500 de color verde no surgen de la nada y, mucho menos, cuando la nada es justo lo que hay delante de mí. ¡Joder! Pues este parece muy real y está atravesado en mi camino. ¡A menos de tres metros!
Se dilatan las pupilas, un pelotazo de adrenalina sube de vueltas mis neuronas, el carburador palpita dentro de mi chupa como si quisiera salirse. La carne de gallina. Se me corta la respiración, se tensan mis brazos y se me afloja el pijo. Las ideas y las imágenes comienzan a atravesar mi cerebro sin pararse. La cara desencajada del conductor del coche. Las posibles escapatorias, ninguna, a la derecha una cuneta del tamaño de un foso de circo romano y a la izquierda la cabina de un Pegaso Troner. La frenada imposible, mi Harley no pasa de 50 a 0 km/h, en menos de tres metros, ni con el ancla del Titanic. Me lo trago, me lo trago, me lo trag...
¡Chica, chica! ¿Estás bien? ¿De verdad qué no te ha pasado nada? ¿Seguro?.... Bueno, pues ya que estás tu bien, a ver si encuentras a alguien que me ayude a sacar el pie de debajo de la moto. Aún no he conseguido recuperar mi pie y ya se ha montado la verbena. Los colegas que van llegando, el bestia de mi hermano que, completamente histérico, intenta sacarse el casco integral sin haberse quitado las gafas de sol, casi se arranca las pestañas. Y todo esto mientras le grita al tío del Mercedes que le va a meter una patada en los cojones que van a tener que hacerle la cesárea para sacarle la bota . Una patrulla de picoletos que parecían estar esperando a la vuelta de la esquina, los munipas que no quieren perderse la oportunidad de encender las sirenas, el dueño del Mercedes que no sabe si ayudarme o comprobar los daños de su carro. Y, por si fuera poco, más de dos mil trescientos niños repelentes que corretean sin piedad entre mi chica, mi moto y yo. Al fin y al cabo, era lo más interesante que habían visto durante sus vacaciones.
Poco a poco, la cosa se iba tranquilizando. Mi chica ha sufrido un fuerte golpe en la rodilla pero, por suerte, no parece grave. Yo creo que no tengo ningún hueso roto, aunque siento como si me hubiese dado de hostias con un destacamento completo de la legión. Me duelen hasta las gafas. Relleno miles de formularios, le doy todos mis datos a los picolos, a los munipas, al dueño del carro y a una rubia que pasaba por allí (por si acaso).
Ahora todos estamos más relajados. A mi nena se la han llevado en coche para que vaya más cómoda, los de uniforme ya han rellanado suficientes papelotes y los curiosos y niños ya se han aburrido, después de todo, ni siquiera había sangre.
Pero ¿DONDE COÑO ESTA MI MOTO? Un grupo de colegas forman un corro a unos quince metros. La cara de "no te preocupes tío. Podría haber sido peor" los delata. Aún no he visto a mi bestia negra, pero ya se que la cosa es grave. La rueda delantera como la de Pedro Picapiedra, cuadrada. Las barras de horquilla con más curvas que Pamela Anderson y el manillar de cuerno de vaca ha pasado a ser de cuerno de cabra pirenáica. El depósito está como si le hubiesen incrustado un meteorito y el guardabarros delantero..... ¿y el guardabarros? Llamaré a Lobatón.
No quiero parecer insensible. Sé que lo importante es que a nosotros no nos ha pasado nada y que esto, al fin y al cabo, es lo importante. Sé que incluso hemos tenido suerte, una leche de este tipo ha puesto el punto y final al curriculum de muchos bikers. Pero no puedo evitar un profundo sentimiento de desesperación. ¿Y ahora qué hago? No quiero ni pensarlo. La factura tendrá más líneas que un teléfono erótico y mi mecánico seguro que cambia de nuevo de coche. Prefiero no recordar como alcancé mi destino y cómo regresé a casa.
Hoy, dos semanas después, me encuentro sumido en una profunda depresión. Hace un tiempo cojonudo, tengo vacaciones, continuamente veo pasar motos en todas direcciones cargadas de bártulos. Mientras, mi amante de metal retoza en la cochera con todas sus heridas abiertas a la espera de un presupuesto que, de sobra sé, no podré pagar.
Sé que lo que voy a hacer está mal. Sé que no tengo excusa. Sé que en mi vida hay muchas cosas más que mi moto, pero, no puedo soportarlo. Con un calcetín de ejecutivo en el bolsillo y mi navaja multiusos en el otro, me dirijo a la farmacia más cercana. Al fin y al cabo, la atracan cada dos semanas. Me despido de vosotros, mis aguerridos lectores con la promesa de que la próxima "Esquina del Viento" os la escribiré desde la Galería 4 de Alcalá Meco o desde algún bar de carretera mientras contemplo mi máquina por la ventana.
MATEO

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