martes, 28 de julio de 2009

La esquina del viento(Quizás me esté haciendo viejo)



Quizás me esté haciendo viejo
Quizás me esté haciendo viejo antes de tiempo o quizás, simplemente, me esté haciendo viejo.
Lo cierto es que últimamente me ha dado por recordar. Además, los recuerdos se me antojan muy lejanos, incluso aquellos que no hace tanto tiempo que pasaron.
Recuerdo el día que compré mi primera moto, la cara de gilipollas que se me puso en el mismo momento que me la dieron y la estúpida sonrisa con que llegué a la gasolinera para gritar bien alto "¡lleno, por favor!". Recuerdo como entré en el aparcamiento del instituto, con una vieja cazadora de mi padre y retando a todo el mundo con la mirada. Me sentía como, años después, supongo, se pudo sentir Schwarzenegger con su Fat boy por las calles de Detroit.
Recuerdo la primera hostia que me di con ella, (quién me iba a decir que después vendrían tantas otras) y como me levanté corriendo para ver que le había pasado a mi preciosa máquina (por aquel entonces una Mobilette 50), olvidándome por completo de que me había despellejado un brazo y, por supuesto, de la monísima joven a la que no presté las más mínima atención hasta un cuarto de hora después, y que, por supuesto, no volvió a dirigirme la palabra. ¡No me extraña!
Recuerdo la ilusión de los primeros verdaderos viajes, cuando todo me asombraba, cuando una mezcla de miedo e impaciencia me recorría entero al salir de mi ciudad con rumbo desconocido, cuando poco a poco el mundo de las dos ruedas me empezaba a enseñar sus secretos. La primera vez que tuve que dormir en una cuneta y comer sentado en los escalones de alguna plaza de cualquier sitio lejano, pero siempre junto a mi máquina. La primera que, a más de ochocientos kilómetros de casa y sin más pelas que las justas para gasolina, la máquina decide dejar de funcionar y me quedo solo y desconcertado en una estación de servicio viendo como se pone la noche, mientras con pocas herramientas y menos conocimientos, jugueteo con tuercas y tornillos rezando para que suene la flauta por casualidad.
Recuerdo puertos de montaña, autovías, carreteras, pueblos y ciudades. Y todos ellos llenos de gente, de caras, de abrazos, de cervezas y lata de salchichas compartida. Recuerdo hostias y enemigos, pero sobre todo amigos, de esos a los que un día el azar y una carretera te unen durante unos minutos y a los que, a veces, quedas unido para siempre. De esos que no dudaron en ponerse a tu lado cuando las cosas se ponían putas. De esos que es fácil recordar porque sé que una parte de ellos viaja conmigo y que algo mío resuena en el fondo de su motor. Recuerdo a los que un día se tragó la carretera y con los que no volveré a encontrarme en ningún cruce hasta que no ruede por el puto cielo, o el infierno, o lo que mierda sea y que, sinceramente, me importa un pijo mientras tenga carreteras.
Recuerdo el primer artículo que, a algún loco inconsciente se le ocurrió publicarme y recuerdo perfectamente el miedo que dio pensar que a alguien le podía dar por leerlo o mucho peor, por estar de acuerdo conmigo.
Y puestos a recordar, recuerdo que los recuerdos no los regala nadie, no se venden en ningún sitio y ninguna empresa te los va a llevar a casa. Los recuerdos hay que fabricarlos. La vida es la factoría y sólo hay que mover el jodido culo para que empiecen a pasar las cosas que mañana serán recuerdo. Y acabo de recordar que si me quedo aquí recordando, mañana no tendré nada más que recordar, así que con esta línea acabo y me voy a la fábrica. Tengo que continuar con la producción.
P.D: Para un buen colega de Santander, sobre 50 y para el Perro Veloz de Málaga. Sencillamente. Gracias.
MATEO

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