domingo, 23 de agosto de 2009
La esquina del viento(Los palacios de la memoria)
Los palacios de la memoria
"El doctor LECTER era capaz de aislarse de la situación; y es capaz de hacer que todo desaparezca de su alrededor. Los ruidos, la incomodidad, el dolor, todo lo que le rodea. Como tantas veces en su celda, cierra los ojos y busca la tranquilidad en su palacio de la memoria, un lugar irreprochablemente hermoso. El palacio de la memoria era un sistema mnemotécnico bien conocido por los sabios del mundo antiguo, que lo aprovechaban tanto para preservar en sus mentes un enorme acopio de información, como para retirarse a él y disfrutar cuando las circunstancias les eran desfavorables. En él ha pasado años rodeado por sus magníficas colecciones de arte, mientras su cuerpo yacía inmovilizado en el corredor de los violentos, donde los alaridos hacían vibrar los barrotes como si fueran el arpa del infierno."
Thomas Harris, de su libro HANNIBAL.
Si te detienes a pensarlo, todo esto no es tan raro. ¿Quién de nosotros no deja que se le vaya el santo al cielo cuando las cosas no van demasiado bien a nuestro alrededor? No hace falta ser ningún sabio del mundo antiguo para embelesarte pensando en las tetas de Pamela Anderson mientras el gilipollas de tu jefe te pega la bronca de la semana. ¿Acaso no has recordado nunca, mientras vuelves a casa muerto de frío en tu moto el último fin de semana que pasaste en la playa tomando el sol con una gran cerveza en la mano? ¿Cuántas veces sentado en el sofá de casa has recordado aquella tarde que pasaste con tus colegas cambiando el guardabarros trasero de tu burra? ¿Cuántas horas de clase pasaste haciendo garabatos en un papel e imaginando que le metías mano a la rubita de la segunda fila? Supongo que quizás con los años muchos de vosotros habréis dejado de practicar esta singular forma de relajación pero, por el contrario, otros cada vez la usamos con mas frecuencia.
Y seguramente a estas alturas te estarás preguntando a cuento de qué coño te largo todo este rollo. No te preocupes, no me he vuelto psicoanalista, filosofo, ni siquiera maricón, sólo os quería contar que cuando estoy hasta los mismísimos cojones, cuando nada me sale bien, cuando no tengo un puto duro, cuando la moto esta jodida, en fin, cuando todo lo que me rodea es una auténtica mierda y sencillamente sé que lo único que puedo hacer para mejorarlo es esperar a que lleguen tiempos mejores… pues bien, en esos momentos me gusta sentarme a pensar. Me voy a mi palacio de la memoria, pero el mío no esta lleno de obras de arte, ni siquiera de tetas enormes.
Según se entra en la primera habitación de la derecha, tengo el recuerdo de una mañana de Julio. A más de novecientos kilómetros de casa, mi moto, mi chica y equipaje para hacer noche en cualquier sitio. Se trata de una carretera de montaña con suaves curvas, el paisaje es completamente verde y salpicado de pequeñas casas con balcones de madera vieja pintados de colores. La moto ronronea de gusto entre mis piernas haciéndome saber que ella también está disfrutando. A pesar de estar en verano el aire de la montaña es bastante frío y me pega en la cara borrando cualquier seña de la pasada noche. Después de algunos kilómetros paramos en una mesa de piedra que hay en una pequeña zona de descanso a la izquierda y nos sentamos a comer un trozo de queso y pan que compramos en el pueblo de abajo. Seguramente tenemos toda la pinta de un anuncio de chocolate suizo pero, ¿y a mí qué mierda me importa? La suave carretera, con sólo dos carriles y poco tráfico, sigue subiendo. Las curvas se suceden de una forma suave que me permite tomarlas enlazando el final de una con el principio de otra. Algunos kilómetros más arriba paramos a tomar café en uno de esos pueblos que parecen seguir viviendo en un tiempo pasado. Nadie me esta esperando y yo no tengo prisa por llegar a ninguna parte. Esta carretera, mi carretera, se encuentra en algún punto entre Roncesvalles y el Valle del Baztán. Y aunque ahora no lo recuerdo exactamente, tampoco me importa. Puedo disfrutarla como si estuviese allí ahora mismo.
Ya no escucho a mi jefe, ahora mismo no recuerdo si tengo o no la moto averiada y me la suda si ando bien o mal de pelas. Ahora ruedo sencillamente disfrutando de lo que tengo y no pienso en nada más. Mi palacio tiene más habitaciones y en cada una de ellas guardo un recuerdo agradable que reservo para el momento que más falta me hace.
Supongo que todo esto no debe de interesarle a nadie pero hoy he querido compartirlo contigo y animarte a que, si no lo tienes ya, te construyas tu propio rincón lleno recuerdos cojonudos y así la próxima vez que te veas hasta las pelotas tengas donde ir para que nadie te moleste.
Por Mateo
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