sábado, 1 de agosto de 2009

La esquina del viento(Mi amiga Mari Conchi)



Mi amiga Mari Conchi
Jueves noche. Terraza del bar de siempre, las cuatro motos de siempre, los cuatro colegas de siempre y cuatro cervezas bien frías, como siempre. Ya es demasiado tarde y mañana hay que currar, pero... ¡qué coño!, aquí se está de puta madre. ¡Loro, otra ronda! No recuerdo exactamente de qué trataba la conversación pero, si no era de tetas, sería de motos, de viajes… aunque seguramente sería de las tetas que vimos la última vez que estuvimos de viaje en moto.
Por el fondo de la calle veo a una pareja de edad adulta que se acerca paseando. El, gordito, medio calvo y, como diría mi madre, «bien vestido». Mientras pasea tranquilo, escucha algo en una pequeña radio que se acerca al oído de vez en cuando. Del brazo va cogida la que parece su señora. Ella, rellenita, con una permanente de esas que parecen media pelota de baloncesto y las piernas arqueadas como unos alicantes, empuja una carrito de bebe mientras le riñe al baby por que ha cogido del suelo no sé el qué. Asomando entre las flores multicolores de su blusa (perfectamente planchada) aparece una carita de piel blanca y ojos chiquitos y brillantes —lo cierto es que de joven ha tenido que ser bastante guapa—. Espera un momento... esa cara me suena... ¿esa no será? ¡Joder! pero si es Mari Conchi, mi novia del instituto, aquella con la que me iba a hacer hippy para recorrer el mundo tocando la flauta y haciendo pulseritas de cuero.
— ¡Joder Mari Conchi, qué alegría! ¡cuánto tiempo sin verte! — digo mientras Mari Conchi pega un salto de medio metro, mientras, con cara de asustada protege a sus hijos y a Manolo (el gordito de la radio que se esconde detrás de ella).
— ¿Mateo? ¿eres tú? Menudo susto me has dado. Hace casi diez años que no te veía y no te he reconocido. ¿No me digas que todavía andas con eso de las motos? ¿Es qué no piensas sentar nunca la cabeza? Pues sabes una cosa: ya eres bastante mayorcito para andar haciendo el cafre con tu moto de aquí para allá. A nuestra edad ya deberías estar casado y pensando en tener hijos en vez de andar haciendo el golfo. ¡Que ya no tienes quince años! Por cierto ¿sabes que a Manolo lo han ascendido en el banco? — contesta tras diez minutos más de perolata, para al final despedirse dejando tras de sí a un Manolo que me mira por encima del hombro pensando: ¡menos mal que me encontró a mi! de lo contrario habría acabado desperdiciando su vida con ese inconsciente.
Aún no me he recuperado de verla convertida en una alcachofa con patas, aquella por la que me iba a tatuar el pecho «Te quiero Mari Conchi» en el centro de un corazón rojo. Entonces me sorprendo dando gracias a Dios. Gracias Dios mío. Gracias por haberme convertido en un descerebrado. No estoy seguro de que las motos tengan la culpa de que seamos como somos, pero en todo caso, gracias por haber cruzado estas dos ruedas en mi camino, gracias por dejar que cada día me manche de grasa y gracias por consentir que eso me haga feliz. Gracias por no haberme hecho "responsable" y consentir que siga siendo un inmaduro motorizado. Pero sobre todo gracias y mil veces gracias por consentir que Manolo, el gordito empollón, me levantara a la novia, ya que, de no haber sido así, sólo estoy seguro de dos cosas: su permanente no se iba a llevar bien con el casco y tendría que reforzar los Progressive Suspension de mi hierro. Gracias Dios, gracias.
MATEO

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